No hace falta esperar al buen tiempo para disfrutar de Menorca. La riqueza de la isla y su atractivo van más allá de sus playas y su costa. De hecho, es justo en invierno, fuera de la vorágine que se vive en plena temporada turística, cuando este pequeño territorio del Mediterráneo de apenas 700 kilómetros cuadrados nos muestra toda su esencia. Es ahora cuando el visitante tiene a su alcance todo un paraíso por descubrir.
Un paraíso natural, cultural y gastronómico en un lugar único donde desconectar, huir del estrés, perderse o reencontrarse en un entorno de tranquilidad, bien sea en una villa junto al mar, en una casa en el campo o en uno de sus pueblos.
En esta época, todas las playas están desiertas, las más vírgenes y salvajes de la costa norte y las de arena blanca y aguas turquesas del sur. La Albufera des Grau, centro de la reserva de biosfera; los numerosos barrancos que se abren paso como grandes surcos excavados en la tierra; o el histórico sendero del Camí de Cavalls que bordea todo el perímetro costero, son algunos de los espacios naturales de visita recomendable para entender la riqueza y la diversidad del patrimonio natural de la isla.
Las cuevas y los numerosos yacimientos prehistóricos que existen a lo largo y ancho de todo el territorio nos conectan con la Menorca más mágica y ancestral, la más misteriosa, y la oferta de rutas de senderismo para recorrer a pie, en bicicleta o a caballo es amplia y adaptada para todo tipo de personas. La oferta gastronómica también forma parte de la riqueza de la isla: el queso con denominación de origen Mahón-Menorca, el vino, la repostería, y la cocina tradicional y marinera que se ha modernizado y reinventado para poder saborear en la mesa todos los productos de proximidad que ofrece el campo y el mar de Menorca.